EL IMD DE SEVILLA DESHUMANIZADO


... o POR UN PUÑADO DE CÉNTIMOS


Acabo de salir del Complejo Deportivo San Pablo, más decepcionado que enfadado. Definitivamente, esta sociedad se está quedando sin alma. Llegué, desde Brenes, por el placer de entrenar una tarde en la preciosa Sevilla, ciudad de servicios, donde se supone que el ciudadano debe ser atendido y el turista mimado.
Venía con la ilusión de hacer 10 kilómetros en las pistas de atletismo. Al llegar me encuentro un guardia jurado que me impide la entrada y me manda a la Administración; allí, me comunican que no hay forma alguna de que hoy yo pueda acceder a dichas instalaciones municipales. Tendría que, previamente, haber realizado un ingreso bancario de 90 céntimos para poder disfrutar 2 horas. Le digo “te pago los 90 céntimos, te pago 2 euros, te dejo mi carné, te lo ingreso mañana, te hago un juramento, lo que quieras pero… ¡déjame entrar!, ¡he venido sólo para esto!, ¡tan sólo quiero correr 40 minutillos, no más!”. La encargada se niega en rotundo. Me dice que antes sí que se podía pagar en mano, pero que ahora, afortunadamente (pues era bastante incómodo), NO. ¿Incómodo? ¿Crees, acaso, que es para mí muy cómodo irme con las manos vacías? Ella me dice que no, no, no, no, no, no. Y yo: “Ponte en mi lugar. Voy a perder una tarde para nada”. Le digo que soy profesor de Educación Física, que pertenezco al Club de Atletismo Brenes, que soy ‘buena gente’, que bendigo la mesa antes de almorzar, le imploro casi… pero ella sigue igual de inaccesible. No, no, no, no, no, no. “Quiero hablar con el director” y me dice que sólo está por las mañanas. “Quiero, entonces, hablar con un responsable”, pero allí no hay responsables ni personas que puedan tomar decisiones sin miedo, sólo mandados. Comprendo que no depende de ella, pero esa actitud y esas normas me convencen, una vez más, de que esta sociedad está cada vez más deshumanizada y burocratizada, los papeles ahogan los corazones… sobre todo en las ciudades.
En Brenes, sin embargo, un día, llegó a mi casa Iván, el repartidor del servicio a domicilio de Mercadona, y, cuando le fui a pagar, vi que no tenía suficiente; él me tranquilizó, me montó en su furgoneta de reparto, me acercó al cajero y, luego, me quiso (cosa que no acepté ya), incluso, volver a llevar a mi casa. Gracias a Dios, en los pueblos, aún, las personas tratan a las personas como personas (¿cómo se denominan las redundancias dobles?). Sin embargo, en la ciudad, un día de lluvia copiosa, te falta un céntimo para comprar el billete del autobús, y te quedas en la parada más mojado, tirado y triste “que un torero al otro lado del telón de acero” (que diría Sabina). ¡Qué pena!
Así que he cogido, de nuevo, el cercanías hacia Brenes; una vez allí, me he dirigido hacia la pista de atletismo; nadie me ha parado en la puerta, nadie me ha pedido dinero ni acreditación, nadie me ha hablado de transferencias previas; he calentado, he corrido 10 kilómetros en 41 minutos y 21 segundos, he realizado estiramientos, y me he vuelto caminando a mi casita, dando gracias al cielo por la sencillez de la vida rural.
Sólo me queda (¡qué vengativo soy!) desear que uno de éstos que me han negado la entrada a las pistas de atletismo, algún día, se encuentren en la misma situación (que yo hoy), se tengan que fastidiar (como yo hoy), y se acuerden de mí, me comprendan y decidan actuar con más sensibilidad la próxima vez.
Y que el IMD cambie esa política.